EL FOSO DE TOLEDO: UNA NOCHE TOLEDANA
En la actualidad es muy común el uso continuado de
refranes o frases hechas que inciden en el comportamiento humano y en sus
quehaceres. Uno de esas frases hechas es “pasar una noche toledana”, su significado
es el de miedo, terror y angustia. ¿Su origen? En Al-Ándalus, siglo VIII d. C.
La jornada del foso de Toledo ocurre en el año 797, en el actual paseo de San
Cristóbal, cuando Al- Hakan I (emir de Córdoba) manda ajusticiar la totalidad
de la práctica de la nobleza toledana muladí (cristianos conversos), quienes se
habían mostrado rebeldes. La imposición árabe en la península no está siendo
nada fácil.
En el año 756, España se transformaba en un estado
independiente de Damasco, es el primero en lograrlo. Con ello, Al-Andalus se
volvía provincia estado, siendo un foco constante de luchas contra los
miembros de la comunidad musulmana. En estos momentos gobierna Abderramán,
quien creó un ejército de manera permanente, todo musulmán físicamente apto
debía de ingresar obligatoriamente en el ejército. Este cuerpo militar estaba
compuesto de bereberes, esclavos blancos y mercenarios. Durante 32 años Abderramán
logra imponer su autoridad de una forma muy plausible. La eficacia de este ejército
se observó hasta larga parte del mundo de los emiratos (756-929).
Nos encontramos en un territorio marcado por la
desigualdad y la heterogeneidad social y étnica, donde musulmanes, mozárabes,
judíos y esclavos compartían su día a día. Esto no podía ser bueno, y por ello
las revueltas eran sucesivas. Las zonas donde más revueltas se producían eran
en la ciudad de Toledo, Mérida y el Valle del Ebro. Ante tanto contratiempo,
los árabes trazaron un plan para acabar de una vez con ello. Se llevaron a cabo
pactos cordiales con la nobleza muladí, casi siempre cabeza de la rebelión. En
el 797 se produjo una rebelión masiva contra el nuevo califa, y las tropas
musulmanas entran a escena. Esta revuelta hace que la ciudad de Toledo se
declare en contra de la autoridad competente y proclama como soberano a Obeid
Allah ben Jamir, un rebelde. Para contrarrestar este hecho, el emir manda a su
hombre de confianza en Huesca, Amrús, jefe de la plaza de Huesca, que resuelva
el conflicto. La revuelta acaba pronto, pero decide dar un castigo más severo a
la ciudad.
Rodea a la ciudad con una ciudadela donde sus
soldados vivirían en pos de salvaguardar la paz en el territorio. La ciudad
estaba bajo dominio de Amrús completamente. El emir Al-Hakam I envía a su hijo
como acompañante de Amrús, y ante el gran recibimiento de los toledanos, Amrús
organizó una fiesta en la ciudadela. Los ciudadanos rebeldes de Toledo son
invitados también al recinto. Cuando todos van llegando, son conducidos por un
estrecho y oscuro corredor, un pasillo alargado donde no percibían el peligro
que estaban asumiendo. Al final de tal pasillo se encontraban ante un gran
foso, donde los soldados de Amrús los decapitaban y posteriormente arrojaban
sus cuerpos al oscuro foso. En total se decapitaron a unos 700 invitados a la
fiesta. El hecho es recogido en fuentes cristianas y musulmanas a la par, por
tanto no es un acto ficticio. Al-Hakam tenía fama de ser un hombre bondadoso,
pues con esto esa fama declino a favor de su maldad. Pero claro está, no
conocemos bien si tales decapitaciones son fruto de una orden directa del emir,
o simplemente libertades que se tomó Amrús.
En definitiva, el problema de los convertidos son
las revueltas, pues no se ven al mismo nivel que sus hermanos de fe musulmanes.
Las desigualdades sociales son la causa de tales hechos atroces. Hechos que en
cierta forma determinan y muestran el grado de poder musulmán en suelo íbero.
Por JESÚS CAMPOS MÁRQUEZ
Estudiante de Historia en la Universidad de Sevilla
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