BAJANDO A LOS INFIERNOS DEMENTES II: EL JARDÍN EMPÍRICO

Alzando la vista para contemplar la bóveda negra, las paredes de cristal negro. Aquí me hallo, esperando por una ayuda que llegue y me tome de la mano. Estas sensaciones que se experimentan en este lugar retroceden mi cuerpo al empirismo más puro, ¿sigo siendo yo? Sensaciones que antes no conocía, sensaciones insípidas para mí, pero controladoras para otros, tales sensaciones poco me interesaban. Ahora las sufro con violencia, en este jardín.

La vitalidad racional que un día me invadía por los cuatro costados ahora se desvanece, pierdo el sentido, la conmoción me transporta muy lejos, a un palacio de cristal oscuro, con grietas hechas por las motivaciones banales de la humanidad. Conozco lo que veo, es una tortura ver cómo se va resquebrajando golpe a golpe este edificio de vitalidad efímera.

El control no existe aquí, es un jardín de flores verdes, negras y violetas, colores de descontrol moral, la hierba que piso con mis pies descalzos es áspera, afilada, me voy cortando con cada trozo desprendido de las grietas. Cada sensación va a más conforme me acerco a la entrada, todo se agita, veo a los infelices fuera de control, basando su empirismo en ideas furtivas de comportamiento irrisorio. Sin futuro alguno, y yo… desangrándome por los pies. Dejando mis huellas rojas en la hierba cual migas de pan para poder volver luego.

¿Quién controla esto? Es un jardín terrible, no se merece el calificativo de jardín, pero es lo que es, lo identifico con ello, un jardín donde la humanidad enloquecida disfruta, descubre y crea, siempre con la tormenta de ideas en la cabeza. Las luces están parpadeando, a veces se apagan y otras veces se encienden de manera violenta, provocando ceguera pasajera, como mostrando lo empecinado del espíritu humano hacia algo, cegando el camino. Es diferente, todo se me está haciendo más frecuente y cotidiano con cada paso dado, esta sensación es escalofriante. Voy perdiendo el sentido, me queda poca sangre ya, tengo que salir de aquí, llegar a la puerta.

Soy nada para esos locos caminantes, cuando consiguen vislumbrarme sacan esa risa burlona que sólo evidencia la estupidez. Me dan pena, pero en ello consiste este jardín de lo empírico, sensaciones fuertes que hay que experimentar, el empirismo más cristalino que se conozca. Por todo ello, no paro de preguntarme si todo esto es el infierno, o sólo una prueba de mi racionalidad intrapersonal para convertirme en algo más.


¿Nos volveremos a ver? ¿Qué significa todo esto? La necesito para no sentir, podré experimentar la paz. Esto no me compensa, por ahora estoy sufriendo la locura del mundo, es agobiante y castrante. Pero ahí estas, te veo, tras la puerta de cristal de este palacio intimidante. Pareces alejada, distante, la razón me abandonó en este lugar ¿quizás no le importo? No me ha abandonado, aun percibo la locura, no estoy sumido en ella, sigue conmigo. Miro por ese cristal, te veo y la vitalidad vuelve, las sensaciones se van. Estoy a las puertas de la razón más putrefacta, buscando lo que necesito en este instante. Y aquí me hallo, destrozado por la locura de otros, convirtiéndome en un mártir de la demencia, sangrando por la estupidez de otros, pero revitalizándome porque he girado el picaporte. 

Voy a entrar. 


(Para A. C. G y a R)



Por JESÚS CAMPOS MÁRQUEZ
Estudiante de Historia en la Universidad de Sevilla

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